En algún momento entre 1935 y el verano de 1936 ocurrió un hecho muy relevante para mi familia en el Paseo de Extremadura, en Madrid. Mi bisabuelo era atropellado por un taxi (¡en los años 30!) y fallecía a consecuencia de ello. Y esto precipitó una serie de acontecimientos que marcaron la vida de muchos, pero sobre todo de mi tío abuelo Teo. Teófilo era el más pequeño de los seis hijos de mi bisabuelo. Nacido en 1930 tenía entre 4 y 5 años cuando murió su padre.
Mi bisabuela estaba, cómo no, destrozada. Y mi abuela Margarita, la primogénita de mis bisabuelos, que ya contaba con 22 o 23 años y tenía un hijo, se ofreció a cuidar de mi tío Teo (su hermano) durante unos meses para descargar a su madre. Mi abuela vivía en Madrid y su madre en el pueblo. Así hicieron. No podían pensar que en el verano del 36 una guerra, la Guerra Civil Española, estaba a punto de estallar y quedarían separadas durante tres años por una frontera dentro de España.
Las desgracias no siempre vienen solas. Primero, el hijo de mi abuela Margarita murió al poco de estallar la guerra. Y su marido también murió en noviembre, en el frente de Madrid. Al poco de fallecer su marido descubrió que estaba embarazada, y con miedo a perder la pensión del Estado que tenía, tuvo que huir con el Gobierno Republicano a Levante.
En la huida se llevó a mi tío Teo, que entonces tenía a su cargo. Teo demostró que era una persona muy extrovertida. Hablando con unos y con otros logró hacer el trayecto en carro, mientras que el resto de su familia iba a pie. Hablar con la gente: en eso era, desde luego, especialista. Hacer amistades. Y lograr favores.
En Alicante nació mi tío Juan, el segundo hijo de Margarita, pero el único vivo en aquéllos momentos. Mi tío Teo ya iba a la escuela aunque no le gustaba nada porque era muy listo, pero vago como él sólo. Teo contaba que un día al llegar a la escuela se encontró con el sueño de todo niño: estaba destruida por las bombas. Al final tuvieron que moverse al interior de Valencia porque los bombardeos sobre Alicante eran constantes.
La guerra acabó y volvieron a Madrid, tres años después. Margarita perdió su pensión, y aunque era hermana de mi tío Teo en realidad siempre fue una segunda madre para él. Esos años separados del resto de la familia les unió mucho y el resto de su vida cuidó de Teo como si fuera su propio hijo. En Madrid tuvo que trabajar duro como estraperlista para sacar a la familia adelante, sin un hombre en casa y sin ninguna fuente de ingresos, pues el nuevo Gobierno no reconocía a los soldados republicanos muertos como funcionarios del Estado. Al final acabó conociendo a otro hombre, mi abuelo y tuvieron una hija, mi madre.
Mi tío Teo trabajó en una frutería durante un tiempo, pero como digo era muy vago. Eso de ganar dinero con el sudor de su frente siempre le costó. Acabó emigrando a Francia, donde por entonces había muchas oportunidades.
Allí vio que lo mejor para ganar buen dinero era estudiar. Le hicieron un examen de evaluación de conocimientos y a pesar de sus escasos estudios debieron ver algo en él, así que lo enviaron a una escuela de electricistas. Mi tío era vago, pero cuando tenia un objetivo claro sacaba a relucir su inteligencia donde hiciera falta. Al principio empezó a trabajar reparando ascensores, pero el trabajo era muy duro. Logró colocarse en una fábrica de la Renault. Según su propia versión y confirmado por amigos que le vieron trabajar, su jornada consistía en leer tebeos y dormitar hasta que se estropeaba algo de la línea de producción. Entonces se levantaba, lo arreglaba, y la fábrica seguía funcionando.
En verano volvía a España. Con el dinero que traía podría haberse comprado una casa en el pueblo cada verano, y seguramente también otra en Madrid. Sin embargo, se lo gastaba todo en juergas: alcohol y tabaco. No conozco a nadie que haya llevado tanto al límite el Carpe Diem.
A veces se cansaba de trabajar en la Renault y lo dejaba, con la seguridad de que cuando regresaba le volvían a contratar, ya que hacía bien su trabajo. En una ocasión decidió probar suerte en Nueva Caledonia, había muchas oportunidades, le dijeron. Volvió a los tres meses. Seguramente para aprovecharlas había que trabajar mucho, cosa que no encajaba con su ideal de vida que consistía básicamente en hacer lo menos posible.
Cuando cumplió 50 años logró una invalidez permanente en Francia, con una buena pensión. Desde luego eran otros tiempos, porque aparte de una leve cojera por una operación de cadera no tenía más problemas de salud. Se movía bien entra la burocracia (su capacidad de hablar y hacer amigos allí donde fuera le ayudaban, sin duda). A lo largo de su vida fue logrando varias pensiones de los sitios en los que había cotizado en Francia.
Según pasaron los años, mi tío Teo siguió con su vida, pero ya sin trabajar. Nunca se casó, nunca tuvo una vivienda en propiedad. Vivía en pensiones o con mi abuela Margarita. Siempre se quejaba de los fríos que eran los inviernos en Madrid, así que decidió pasarlos en Canarias. A partir de entonces su ritmo de vida consistió en pasar los inviernos en Canarias, el verano en el pueblo y la primavera y el otoño en Madrid. Allí donde iba tenía amigos, y si no los tenía al poco los conseguía. Le encantaba hablar.
De pequeño me enseñó a jugar al tute. Y bromeaba sobre la herencia que nos iba a dejar a los sobrino-nietos. Y siempre tenía historias que contar, de Francia, de la Guerra, del pueblo. De su ateísmo y su anarquismo. Del cine: el cine era su gran pasión. Cuando estaba en Madrid iba todas las tardes, se conocía todas las películas.
En algún momento reconoció su alcoholismo y dejó de beber. Y sorprendentemente no tuvo secuelas físicas, aunque nadie hubiera dado un duro por ello teniendo en cuenta la cantidad de juergas que llevaba a sus espaldas.
En una ocasión, ya con más de 70 años, tuvo que operarse de nuevo de la cadera, y pasó un tiempo en una residencia. En cuanto pudo salió de allí y volvió a las pensiones en el centro de Madrid. “No soporto a los viejos” me dijo. En su interior siempre fue joven. De hecho, lograba que los conductores de autobús le pararan donde más le convenía, fuera de las paradas, simplemente hablando con ellos durante el trayecto. Igual que cuando tenía 5 años e iba en carro al exilio, hablando con unos y con otros se abría camino en la vida.
Todos los otoños nos invitaba a comer por su cumpleaños en un restaurante a los sobrino-nietos y a los sobrino-bisnietos. No escatimaba: buen restaurante y comida abundante. Desgraciadamente este otoño no podremos repetir, ya que falleció el pasado 6 de junio de EPOC, a los 86 años, con mucha lucidez, pero deteriorado físicamente. Al final el tabaco le pasó más factura que el alcohol. No pudo, desgraciadamente, conocer a sus dos últimas sobrinas-bisnietas, aunque cuando hablé con él por teléfono cuando nacieron me deseó todo lo mejor.
Este es mi pequeño homenaje a mi tío Teo, que me enseñó que la vida hay que disfrutarla con lo que venga y el trabajo es solo una herramienta para conseguir lo que deseas, no un fin en sí mismo.
1 comentario:
Vaya, Alejandro, me ha encantado la historia. Qué suerte tenéis algunos de conocer historias familiares, aunque también mucha gente las desconoce por falta de interés, como me pasa a mí, o porque dejó de tener trato con muchos de ellos hace demasiado tiempo (como también me pasa a mí). Me alegro de que hayas animado a relatar su vida y su influencia en la tuya. Gracias por el texto.
P.S. Ya contarás en otra entrada qué pasó con la herencia, estoy en ascuas (10 a 1 a que se lo pulió todo, como yo también haría).
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