La primera es sobre Fernando Alonso:
Uno de los días más felices de mi vida fue el 25 de noviembre de 1998. Aquel día Carlos Sainz perdió el campeonato del mundo de rally cuando se le estropeó el coche a 500 metros de la última meta. Y palmó. "¿Lo has visto, lo has visto?", me llamó mi padre, visiblemente emocionado, como no podría ser de otra forma, por la noticia. Creo que no somos los únicos; debe ser por la tercera Ley de Newton, con toda acción ocurre siempre una reacción igual y contraria. Así, cuando durante años te tratan de meter por los ojos a un idiota, cuando se eleva al panteón de los dioses del deporte a un perdedor nato, a un niñato incapaz de reconocer la derrota o de mostrar un ápice de nobleza, lo único que deseas es que su caída sea lo más dura posible. Carlos Sainz, Sergio García, una buena pléyade de tenistas, la selección absoluta de fútbol si me apuras... La lista es interminable.
Ahora, no obstante, a Sainz le está saliendo un duro competidor, el Fernando Alonso este. El año pasado, confesaré, prefería que ganase. Pero esta temporada se me han despejado esas dudas de juventud. Sobre todo después de escucharle que no tiene que agradecer nada a nadie. Total, con el coche de su padre, o con el de la pija de su novia, habría ganado también el campeonato mundial de Fórmula 1. Total, se trata de deporte en estado puro, del hombre frente a sus propias limitaciones. Como el maratón, vamos.
Sé que está mal decirlo. A mucha gente le duele. Lo sé porque ahora todos los lunes, en el trabajo, nos encontramos con expertos en temas cuya capital importancia sólo es comparable a la fascinación que despiertan en las mentes lúcidas. Hablo del desgaste de los neumáticos a temperaturas altas o las estrategias de repostaje. Por cierto, que en mi próximo viaje a Burgos voy a ir a dos paradas, para salir más ligero.
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La segunda historia trata sobre los fans de Nintendo:
Hasta ahora pensaba que un usuario fanático de Apple era lo más extremo que se podía encontrar en esta industria. Quienes conozcan a alguno sabrán a qué me refiero. Esta semana, sin embargo, he realizado un increíble descubrimiento antropológico. Hay un tipo de usuario todavía más peligroso. El fanático de Nintendo.
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